domingo, 28 de enero de 2007

Inventan un nuevo sistema para acabar con el mito de Babel


¿Podrían cerrar de la noche a la mañana todas las escuelas de idiomas? ¿Se va a inventar algo que permita comunicarse en cualquier lengua, sin necesidad de pasarse media vida aprendiéndola? Eso sostienen en la Carnegie Mellon University en Pittsburgh (Pensilvania), donde los especialistas del habla Tanjia Schultz y Alan Black aseguran haber empezado a desarrollar la tecnología del bilingüismo sin esfuerzo.

Ya hay en el mercado sistemas de traducción automática de la voz humana, si bien a un nivel muy imperfecto. Exigen un volumen de sonido y de vocalización antinaturales, y la menor ambigüedad de sentido los deja fuera de combate.

La innovación de Pittsburgh es que intenta coger la manzana no del cesto, sino del árbol. Unos electrodos aplicados al cuello y a los músculos faciales del hablante convierten en señales eléctricas toda la gestualidad de la pronunciación. El usuario no debe hablar, debe mover los labios como si hablara -como los cantantes en play-back-, y el traductor es quien se encarga de hacerlo audible para el oyente. Y viceversa. Es como salir a la calle con doblaje incorporado. Según la revista New Scientist, la NASA ya sueña con aplicaciones insospechadas a la comunicación con robots.

Escepticismo

El problema, dicen los escépticos, es que la comunicación humana es bastante más compleja que eso. Los mismos autores del experimento de Pittsburg -que han experimentado con un traductor de chino mandarín al inglés, y al español- admiten que su funcionamiento es muy bueno para vocabularios sencillos, que no excedan las 200 palabras. Todo lo que pase de ahí, desborda el sistema.

Los profesionales que trabajan con traductores automáticos se quejan siempre de que sólo son capaces de ofrecer una traducción ciega, sin ninguna picardía, que exige revisión humana al milímetro para no confundir, por ejemplo, mujeres de confesión judía con alubias.

En un Consejo Europeo, la intérprete de un primer ministro tiró la toalla públicamente: «El orador acaba de contar un chiste intraducible», explicó a su público, «por favor, ríanse». Si eso pasa con intérpretes humanos, qué no pasará con los intérpretes mecánicos. Ése es el punto de vista de profesionales como J.G., traductor del inglés al español en la sede de Naciones Unidas en Nueva York: «Este tipo de sistema debe funcionar a la perfección, o no sirve para nada. Un entendimiento a medias puede ser peor que ningún entendimiento».

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