domingo, 3 de diciembre de 2006

Historia de un ancla...

El año pasado en los primeros días de Semana Santa tuve la suerte de poder disfrutar de la pascualina del BuenaJente, que se celebra en Bonanza [Sanlúcar de Barrameda (Cádiz)], allí aparte de vivir una experiencia muy chula, nos dieron un texto a reflexionar que me encantó y que ahora lo comparto con vosotros:

Historia de un Ancla

Seguro que alguna vez, recorriendo el paseo marítimo de alguna ciudad con playa, me habéis visto. Quizás en una de esas glorietas con flores, justo en el centro, tumbado sobre unas rocas... allí estoy yo. Soy un ancla. Uno de esos anclas grandes, pesados, fuertes.

La verdad es que hoy por hoy soy un marinero en tierra, un ancla vacío varado en la arena y desde aquí, en las tardes, me gusta contemplar el mar, el eterno oleaje del océano que me trae una y otra vez el recuerdo de tantas travesías, de tantos viajes. Dirás que chocheo, que estoy viejo y herrumbroso, que no soy ya más que una reliquia de otro tiempo, un cacharro destartalado que apenas sirve sino para adornar. Pero yo he vivido otros tiempos...

Mi vida ha tenido una misión, un sentido. Yo he navegado, he recorrido el mar en grandes barcos y en una nave es fundamental un ancla, ya sabes.

Recuerdo tantos barcos, ¡qué habría sido de ellos sin mí! Sin esos momentos de pararse, de echar el ancla, de parar máquinas. Ya sé que nada hay más atrayente que navegar y el mar es hermoso como la vida, pero todos los barcos que he conocido necesitaban de vez en cuando pararse. Era entonces cuando yo me lanzaba al mar y detenía el barco.

He conocido todo tipo de barcos, incluso alguno que parecía que volviera de una guerra, su vida había sido dura: necesitaba ser reparado, sus máquinas estaban agotadas y en las bodegas había agujeros por donde se colaba el agua. Precisaba de unas manos expertas que lo volvieran a poner a punto. Sin una parada a tiempo habría sido imposible que siguiera navegando.

También he viajado en grandes barcos mercantes, barcos generosos cuya vida consiste en ser útiles a los demás trayendo y llevando mercancías de un país a otro. Son barcos fuertes, incansables pero también ellos necesitaban atracar en puerto y pararse unos días. Echar amarras no significaba para estos barcos el fin de la actividad, ni tomarse un descanso. Al contrario, nunca he visto más movimiento de marineros en cubierta: descargar mercancías, y de nuevo volver a llenar bodegas. Y lo más importante, cargar de nuevo los depósitos de combustible para alcanzar nuevos puertos y seguir y seguir.

Sencillos barcos pesqueros. Humildes, trabajadores que echaban el ancla en las aguas y luego las redes y con paciencia pescaban con constancia y mucha lucha. Yo, el ancla, me agarraba a alguna piedra del fondo y contemplaba los frutos del esfuerzo y la paciencia y cuando subía de nuevo a cubierta observaba los rostros satisfechos de los pescadores que regresaban a la tierra.

Barcos buscadores de los tesoros del mar. Barcos que no se conformaban con lo de siempre y buscaban más: un tesoro. Yo bajaba al fondo lentamente acompañado de buzos, rastreando con ellos ese mundo que nunca veremos porque no es superficial sino profundo. Hay veces que si no te paras y tocas el fondo de las cosas y buceas no te das cuenta de los tesoros que tienes a tu alrededor.

Incluso he conocido un barco que navegaba sin rumbo fijo. Sin saber muy bien adonde iba. Era un barco velero inquieto, aventurero, lleno de vida que cruzaba el mar de aquí para allá a todo velocidad pero no sabía muy bien donde estaba el puerto, no sabía siquiera que existía un puerto. Yo pensé que llegado el momento a este barco se les acabaría el combustible y entonces qué sería de él en mitad de un mar desconocido. Tenía que hacer algo, echar el ancla, parar el barco y establecer un rumbo, un destino. Asi lo hice.

Y hoy aquí estoy, quizás viejo y herrumbroso, pero lleno aún de vida. Ahora veo pasear a la gente por mi lado, casi ninguno se fija en mí, sólo de vez en cuando algún turista despistado se hace una foto conmigo. En las tardes, mientras recuerdo la brisa del océano acariciándome, pienso que las personas que caminan por aquí quizás no sean tan diferentes de los barcos con los que he vivido. Quizás también ellos necesitarían pararse un momento, soltar amarras y echar el ancla.




Espero que os haya gustado, yo me considero un poco de todos los barquitos que aparecen en el texto, creo que mi vida es un compendio de todo, hay veces que estoy bien, otras veces mal, hay veces que sólo pienso en mí, otras veces sólo en los demás... No sé espero algún día saber realmente como soy, qué quiero hacer, y que quiero ser...

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